No me culpes por ir siempre enganchada a los auriculares como si fueran una prolongación de mi propio cuerpo, no me culpes por ir tarareando o cantando una canción a todas horas, no me culpes por dejar de prestar atención a tus explicaciones y meterme en cada sonido, no me culpes, al igual que otros fuman porros y con cada calada se evaden del mundo, mi droga es la música y provoca los mismos efectos.
Música, esa sensación que recorre tu cuerpo de arriba a abajo, que hace que estés bien o que te rompas interiormente hasta tal punto que las lágrimas arden, ese sonido que te inunda de emociones, que hace que pienses en todo y en nada a la vez, que quieras morir o salir corriendo a luchar por tus sueños, ese ritmo que puede hacer que tus ideas se aclaren o que nota a nota estés más confundida, algo con lo que sentirte identificado o que sea totalmente opuesto a tus sentimientos, ilusiones, sueños, risas, miedos, tristeza, al fin y al cabo sentimientos. Cada estado de animo tiene su música y toda una vida puede explicarse a través de canciones.
Hay mil y una razones para que mi droga sea la música. Además siempre será una fiel compañera.
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