Hace no demasiado tiempo, se hallaba en mi interior un alma pura e intacta. Un alma que decidí regalar a una hada que por entonces, bajo mi punto de vista, era el ser más bondadoso y amable que se encontraba a mi alrededor. Decidí confiarle mi bien más preciado, aquello que algunos llamaban esencia y que otros, desde el escepticismo, decidían ignorar. Pero aquella preciosa hada, igual que vino, se fue. Y dejó mi alma partida en 7 trozos a causa de las palabras que escupía a su paso.
Me costó muchísimo volver a confiar en algo o en alguien y de hecho, a día de hoy sigo sin confiar en las hadas... Ahora los que custodian mi alma son guardianes, guardianes fuertes que se deshicieron del hada y su tropa cuando ésta vino arrastrándose a pedir perdón con el objetivo de destruir cada uno de los fragmentos que constituían mi ser.
Cada guardián custodia un fragmento de los siete que quedaron y el tamaño de este varía dependiendo de la confianza que yo haya depositado en el guardián.
El primer fragmento, el más pequeño, lo custodia un guardián al que fácilmente podría sustituir, alguien en quien confío pero que no tendría problema en dejar ir. En cambio, el séptimo trozo está entre las manos de mi guardián más preciado, un guardián tan peculiar que sus características se escapan al entendimiento humano pero, sobre todo, un guardián que tiene su propia historia.
Éste guardián, apareció en mi vida casi sin querer y en un abrir y cerrar de ojos consiguió que le entregara algo que no le había vuelto a confiar a nadie antes que al hada porque tenía muchísimo miedo de que ese fragmento, el más valioso, el más grande, el que contiene el latir de mi corazón, se resquebrajara y con el, toda mi vitalidad huyera en vano.
El guardián tenía una relación peculiar con el alma y un afán de protección casi irracional pero tenía un gran defecto o una gran virtud: Era un inconformista, no le bastaba con un fragmento de mi alma, él siempre quería más y como la mía ya estaba completamente protegida, iba en busca de almas perdidas dejando mi mayor tesoro al descubierto y partiéndolo en mil pedazos con su marcha.
El problema fue que al cabo del tiempo volvía, siempre volvía. Lo hacía con soplete en mano y a pesar de que las cicatrices eran visibles, reconstruía el fragmento con tanta facilidad que era prácticamente indoloro.
Pero un día, cuando mi alma no podía soportar un solo golpe más, el guardián vio un alma en pena vagando, pidiendo ayuda y una vez más se marchó causándole un dolor inhumano a todo mi ser y justo cuando creía que iba a volver, porque siempre volvía, mi alma se dio cuenta de que lo había perdido para siempre, se percató de que ahora su objetivo era sanar al alma apenada como un día lo estuvo ella misma y aceptó su porvenir.
La mayor sorpresa del alma fue despertar a mitad de la noche y descubrir que entre las sombras, estaba su guardián, que no la había abandonado sino que simplemente las condiciones habían cambiado. El alma era consciente de que la mayor parte de la atención del guardián estaba dirigida hacia su gran tesoro pero que de tanto en cuando, su preciado guardián volvía a echarle un vistazo para asegurarse de que no sufría ningún daño y se quedaba acurrucado a ella hasta el amanecer.
Cada guardián custodia un fragmento de los siete que quedaron y el tamaño de este varía dependiendo de la confianza que yo haya depositado en el guardián.
El primer fragmento, el más pequeño, lo custodia un guardián al que fácilmente podría sustituir, alguien en quien confío pero que no tendría problema en dejar ir. En cambio, el séptimo trozo está entre las manos de mi guardián más preciado, un guardián tan peculiar que sus características se escapan al entendimiento humano pero, sobre todo, un guardián que tiene su propia historia.
Éste guardián, apareció en mi vida casi sin querer y en un abrir y cerrar de ojos consiguió que le entregara algo que no le había vuelto a confiar a nadie antes que al hada porque tenía muchísimo miedo de que ese fragmento, el más valioso, el más grande, el que contiene el latir de mi corazón, se resquebrajara y con el, toda mi vitalidad huyera en vano.
El guardián tenía una relación peculiar con el alma y un afán de protección casi irracional pero tenía un gran defecto o una gran virtud: Era un inconformista, no le bastaba con un fragmento de mi alma, él siempre quería más y como la mía ya estaba completamente protegida, iba en busca de almas perdidas dejando mi mayor tesoro al descubierto y partiéndolo en mil pedazos con su marcha.
El problema fue que al cabo del tiempo volvía, siempre volvía. Lo hacía con soplete en mano y a pesar de que las cicatrices eran visibles, reconstruía el fragmento con tanta facilidad que era prácticamente indoloro.
Pero un día, cuando mi alma no podía soportar un solo golpe más, el guardián vio un alma en pena vagando, pidiendo ayuda y una vez más se marchó causándole un dolor inhumano a todo mi ser y justo cuando creía que iba a volver, porque siempre volvía, mi alma se dio cuenta de que lo había perdido para siempre, se percató de que ahora su objetivo era sanar al alma apenada como un día lo estuvo ella misma y aceptó su porvenir.
La mayor sorpresa del alma fue despertar a mitad de la noche y descubrir que entre las sombras, estaba su guardián, que no la había abandonado sino que simplemente las condiciones habían cambiado. El alma era consciente de que la mayor parte de la atención del guardián estaba dirigida hacia su gran tesoro pero que de tanto en cuando, su preciado guardián volvía a echarle un vistazo para asegurarse de que no sufría ningún daño y se quedaba acurrucado a ella hasta el amanecer.
Desde entonces, ese es el fragmento de alma más feliz de mi ser porque con todas sus idas y venidas, sigue teniendo a su fiel guardián, de una forma o otra y es el único fragmento que no teme que un día el guardián se harte de protegerlo y se largue haciéndolo añicos.